El feminismo según feministas y no feministas
El feminismo es un tema polémico y las discusiones
afloran con frecuencia en foros y revistas. El feminismo en distintos países está lejos de
ser un movimiento homogéneo, existen grupos radicales y otros integrados a la
corrección política oficial, así como matices variopintos en el medio.
Beatriz
Guadalupe Aldaco (Hermosillo),
escritora y editora.
—No.
Porque sobre todo asumo y practico los fundamentos del humanismo, que incluye los
conceptos y objetivos que comparto con el feminismo. Aunque
coincido y practico algunos de los principios básicos del feminismo, no puedo
suscribir totalmente su teoría y praxis en tanto no he profundizado
suficientemente en ellas (en estas respuestas se reflejará, seguramente,
ese no conocimiento pleno de la doctrina o ideología feminista); además,
circunscribirse a una escuela, doctrina o tendencia significa avalar todos o la
mayoría de sus postulados, lo cual me parece ideológica y filosóficamente
limitante, casi un esencialismo, dada la movilidad y complejidad del terreno
ideológico y social, y en virtud también de la movilidad misma y variantes del
feminismo. En su mayor parte, lo que puedo suscribir del feminismo (la equidad
de género; la no discriminación; el derecho a una vida libre de violencia; el
derecho a la libre preferencia sexual) lo he interiorizado a partir de disciplinas
alternas a esa doctrina, como la historia, la literatura, el
psicoanálisis, la cultura, el arte, lo que ha devenido en una especie de
“sentido común-racional de la equidad”, que incluye pero rebasa el tema de las
mujeres. La visión del mundo que lleva a repudiar la estela de injusticias ancestrales
cometidas contra mujeres en el marco del “sistema patriarcal” (muchas de las
cuales desgraciadamente no han sido resueltas), está, para mí, englobada en la
que repudia la opresión histórica de grupos sociales, razas,
religiones, personas, y ésta es la que yo comparto.
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Mónica del Arenal (Guadalajara), arquitecta, autora de Guadalajara de
alarifes, catrines y bicicleteros (2009)..
—No. Al menos no de manera consciente. Tuve un papá
que siempre estuvo orgulloso de que yo fuera una niña independiente, con sueños
propios y no precisamente tradicionales. Con mi madre ha sido un trabajo de
años, pero en este momento de mi vida me satisface que ella esté contenta y
tranquila con las decisiones que he tomado. Porque estoy contenta con el hecho
de ser mujer y con la otredad respecto de los hombres. No creo en la igualdad
entre hombres y mujeres, sino en la equidad, que es algo muy diferente. La
gente me gusta o me cae bien por cómo es, por lo que hace, por su autenticidad
o capacidad, sea hombre o mujer. Creo en la responsabilidad individual de defender
las convicciones propias y, sobre todo, en el trabajo del día a día como el
mejor antídoto contra la discriminación sexual. Me ha tocado lidiar con hombres
(y mujeres) machistas, pero si la autoestima está bien, es más fácil plantarse,
defenderse o hacer lo que la situación pida, desde ser capaz de discutir en un
ambiente hostil hasta denunciar formalmente.
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Ivabelle Arroyo (Ciudad de México), periodista.
—No. Por dos motivos: el íntimo es que me gusta la
idea de los roles en mi hogar; el ideológico es que me inclino más por el
respeto al individuo en términos de garantías constitucionales y derechos
humanos. Ése es un paraguas más amplio y poderoso.
Nadia Baram (Ciudad de México), fotógrafa.
—Sí y no.
Mientras que el feminismo se trate de obtener igualdad en derechos sociales,
políticos, económicos y reproductivos para la mujer, me identifico por completo
con la palabra y con el movimiento. Pero dejo de sentirme identificada con el
término cuando el discurso feminista es llevado a un extremo. No coincido con
la corriente del feminismo que sugiere que las diferencias entre el hombre y la
mujer no son más que una construcción social. Considero que sí existen
diferencias naturales entre el hombre y la mujer y que éstas, lejos de ser
motivo de recelo o beligerancia, son motivo de celebración.
Lolita Bosch (Barcelona), escritora y activista, coordinadora del blog Nuestra
Aparente Rendición.—Sí. Porque me parece necesario serlo. La desigualdad
entre géneros es evidente (en algunos lugares más que en otros), porque la
información que hemos recibido es esencialmente masculina y no nos incluye,
porque creo que hay que estar del lado de los débiles y las mujeres lo son
infinitamente más en infinitos lugares del mundo. Creo que ser feminista es
estar del lado de la igualdad. Y creo que hoy nuestro mundo necesita ese tipo
de respeto. Aunque aclaro: ser feminista es una postura defensiva, no opresiva.
Es un reclamo esencial de derechos por el que todos nosotros deberíamos luchar.
No es una lucha de género, sino social.
Sonia Budassi (Buenos Aires) es escritora, periodista cultural y editora del
sello Tamarisco.
—Sí. Porque
aún los diarios siguen diciendo “Crimen pasional” en lugar de “Violencia de
género” o “feminicidio”; porque cuando una escritora narra conflictos
interpersonales está legitimado tildarla de “cursi” sin tomarse siquiera el
trabajo de haberla leído. Pero, si quien narra es un varón, entonces se dice de
él que es un “escritor sensible”. El machismo pervive en los medios y en la
vida pública y privada. Las mujeres sufren discriminación simbólica y de hecho,
y esa violencia está tan naturalizada que se teme al término feminismo: estamos
tan acostumbrados a esa coyuntura que lo tomamos como algo “normal”. Desde una
óptica bien intencionada podría suponerse que quienes se dedican a la tarea
crítica e intelectual pueden ver estos mecanismos de exclusión y, aunque no los
denuncien, por lo menos no los reproducen. Lamentablemente no es así. Aún son
pocas las mujeres que ocupan en Argentina puestos jerárquicos en redacciones y
editoriales, aún el canon literario argentino y latinoamericano es
falocéntrico. El acoso laboral sigue siendo un problema en todos los oficios.
Hay mujeres que no se animan a denunciarlo porque corren el riesgo de perder su
trabajo y de ser consideradas culpables en lugar de víctimas. Circula un
estereotipo del feminismo rancio, supuestamente anacrónico, que hace que muchas
teman ser estigmatizadas como frígidas, aburridas o amargadas (nadie se
atrevería a usar palabras así ante un reclamo sindical o de un colectivo
trans). Pero la situación actual demuestra que no perdemos el humor por esas
cosas y que es evidente que hay muchas batallas simbólicas, legales y
materiales que tienen triste vigencia y que quedan por ganar (incluido el
derecho al aborto, la problemática de la trata de personas), no en términos
bélicos, sino en pos de una sociedad más justa en las que, y de esto también tenemos
ejemplos recientes, hay, por suerte, muchos hombres comprometidos.
Jessy Bulbo (Ciudad de México), cantante de pop.
—Pues sí… relativamente. Las personas que tenemos
conciencia sentimos empatía por todas las causas humanitarias, igualitarias,
ecológicas. Creo, a la vez, que salvar al mundo sólo es posible si todas las
causas nobles llegan a un punto de satisfacción aceptable para todos y
que avanzar en una, cualquiera que elijas, hace avanzar a las
demás.
Verónica Bujeiro (Ciudad de México), escritora, autora de Nada es para
siempre (2010).
“Creo en los individuos y no en las
afiliaciones políticas. Es un tema muy complicado, porque parecería que al
decirle “no” al feminismo inmediatamente te adscribes a la misoginia y
viceversa. Aunque creo que, como en la política, hay ocasiones en las que sí
hay que tomar partido, especialmente en nuestro país, en donde persisten muchas
taras culturales en cuanto a los roles que tienen que mantener los sexos”.
—No. Creo en los individuos y no en las
afiliaciones políticas. Es un tema muy complicado, porque parecería que al
decirle “no” al feminismo inmediatamente te adscribes a la misoginia y
viceversa. Aunque creo que, como en la política, hay ocasiones en las que sí
hay que tomar partido, especialmente en nuestro país, en donde persisten muchas
taras culturales en cuanto a los roles que tienen que mantener los sexos.
Ana Clavel (Ciudad
de México), escritora, autora de El dibujante de sombras (2009).
—No me declaro como tal. Detesto las etiquetas
sexistas. Pero sí trabajo en mi espacio individual por los derechos de los
hombres y las mujeres a una vida más compartida y menos prejuiciada.
Gabriela
Damián (Ciudad de México),
escritora, autora de La tradición de Judas (2007).
—Sí.
Porque, antes que nada, el feminismo no es la revancha del machismo: es un
movimiento social que ha evolucionado históricamente y que hoy apuesta por la
equivalencia humana; es decir, por un mundo en el que la niñez, los hombres y
las mujeres, las personas de la tercera edad de cualquier etnia, preferencia
sexual, nivel económico, social y educativo, valen lo mismo, merecen gozar de
los mismos derechos y asumir las responsabilidades que éstos les otorgan. El
feminismo no es un asunto exclusivo de mujeres, se preocupa por una nueva
configuración de las identidades aspirando conseguir una sociedad más justa y
armónica cimentada en la plenitud vital de sus individuos. Me siento
comprometida con el feminismo incluyente porque soy mexicana, y en mi país las
condiciones de vida son particularmente difíciles para muchas. Aunque a decenas
de afortunadas contemporáneas les parece una lucha innecesaria, yo me sentiría
egoísta e irresponsable de no ser feminista si en México, día con día, aún
mueren mujeres por el simple hecho de ser mujeres.
Malva Flores (Xalapa), poeta y ensayista, autora de Luz de la materia (2010)
y El ocaso de los poetas intelectuales(2010).
—No. Creo
en la lucha contra los sometimientos que sufren o han sufrido distintos grupos
humanos. Creo en la imperiosa obligación de defender la igualdad de las
personas frente a cualquier instancia, como creo en el derecho de los animales
a no padecer atropellos o crueldad. No creo en las “cuotas de género” ni en la
cámara de diputados ni en las antologías literarias. En ambos casos es una
búsqueda de poder disfrazada de buenas intenciones. Es una perversión del
espíritu primero que animó la lucha de las mujeres. En la cámara, del sistema
político que cree que nos chupamos el dedo; en la literatura, de la academia
que necesita “líneas de investigación” y se ha filtrado al cuerpo literario, en
contubernio con el mercado. Por mi DNA y mi ámbito geográfico, los hipócritas
defensores de la corrección política podrían incluso llamarme “afroamericana”.
Sé en carne propia lo que es la discriminación. Pertenezco a muchas “minorías”:
la primera de ellas, “de género”, pero ser mujer no me hace una mejor poeta ni,
tampoco, una persona mejor.
Úrsula Fuentesberáin (Ciudad de México), comunicóloga y buzzer (escritora
en redes sociales).
—¿Feminista?
¿Es un club? ¿Qué incluye la membresía? Creo que la versión del feminismo que
le tocó vivir a mi generación se llama pro-equidad de género. Porque el
feminismo como lo entendían Gertrude Stein o Virginia Woolf ya no existe. Lo
que nos corresponde hoy no sólo a las mujeres, sino a la sociedad en conjunto,
es arrancar de raíz las nociones que más tarde se convierten en crímenes de
género, desigualdad y falta de oportunidades profesionales para las mujeres.
Francesca Gargallo (de Siracusa, Italia, vive en Ciudad de
México), profesora universitaria y escritora, autora de Ideas
feministas latinoamericanas, dos tomos (2004-2007).
“Soy feminista y he cruzado por
varias redifiniciones de mi feminismo, sin jamás perder de mira la necesidad de
ubicarme como mujer en un mundo. Soy feminista porque no puedo vivir en la
misoginia que actúa a cada instante desde todas las acepciones de lo social”.
—Soy feminista y he cruzado por varias
redifiniciones de mi feminismo, sin jamás perder de mira la necesidad de
ubicarme como mujer en un mundo. Soy feminista porque no puedo vivir en la
misoginia que actúa a cada instante desde todas las acepciones de lo social: en
la pareja donde se reproduce la invisibilidad del trabajo que implica la reposición
diaria de la vida, en la escuela donde se privilegia sólo una mirada sobre el
mundo, en la calle donde las mujeres aprendemos a sentirnos inseguras desde los
primeros piropos, las primeras agresiones, las primeras negaciones… más o menos
desde que comenzamos a caminar, opinar, comprar, jugar. Soy feminista porque
odio las jerarquías sociales, porque detesto impedir a las niñas y a los niños
expresar sus emociones, porque lo binario me obliga a escindirme. Y porque en
la escuela me escondieron a excelentes poetas, que nunca figuraron en los
cursos de literatura, única y exclusivamente porque eran mujeres (también me
escondieron a filósofas, pintoras, matemáticas, físicas e historiadoras). Acabo
de escribir una novela que se llama El hombre del gineceo, a
propósito de que soy feminista porque odio cómo nos enseñan/obligan a amar
desde el dolor, el deber, el encierro.
Sol
Henaro (Ciudad de México), investigadora y curadora de arte contemporáneo.
Sol
Henaro
—No. Sin
duda reconozco la importancia histórica que marcó el movimiento feminista pero
me siento mucho más cercana, como generación, a los discursos elaborados desde
los marcos postfeministas que al feminismo anclado entre los años sesenta y
setenta. Creo que las batallas y las preguntas hoy van mucho más allá de los
reclamos que se defendían desde el feminismo entendido con parámetros cerrados.
Para mí fue sumamente importante entrar en contacto con los textos teóricos de
Beatriz Preciado, quien extendió mi visión más allá del movimiento feminista
para preguntarme sobre otras problemáticas y realidades relacionadas con
discursos de género, igualdad/diferencia, el movimiento queer, así
como otros modos de entender y vivir las sexualidades.
Matiana González Silva (Guadalajara), redactora científica en el
Centro de Investigación en Salud Internacional de Barcelona y profesora
universitaria.“Soy feminista porque estoy
convencida de que hay espacios de decisión estrictamente personales —y
femeninos, por lo tanto, cuando sus protagonistas son mujeres—, como el aborto,
y porque me indigno ante las variadas formas de discriminación que todavía
sufren muchísimas mujeres”.
—Si por feminismo se considera la convicción
absoluta de que los derechos y las obligaciones de las personas no deben estar
condicionados por ser hombre o mujer, por supuesto que soy feminista. También
lo soy en el sentido de que creo que las relaciones sociales están determinadas
por categorías de género, que estas categorías no son naturales sino que han
sido construidas socialmente y que, para modificar un modelo esencialmente
desigual que históricamente ha privilegiado lo masculino, se necesita una
voluntad explícita y una serie de acciones deliberadas. Soy feminista porque
estoy convencida de que hay espacios de decisión estrictamente personales —y
femeninos, por lo tanto, cuando sus protagonistas son mujeres—, como el aborto,
y porque me indigno ante las variadas formas de discriminación que todavía
sufren muchísimas mujeres. Si en el adjetivo incluimos la reivindicación de los
homosexuales a tener los mismos derechos que los que no lo son, incluyendo la
posibilidad de adoptar y contraer matrimonio, también soy feminista. Soy
feminista porque parto de esta perspectiva vital cuando me relaciono con los otros,
cuando voto, cuando escojo a mis amigos y a mis parejas, y cuando analizo la
realidad en mi trabajo como historiadora. Pero aunque admiro de manera profunda
la lucidez de las primeras feministas para señalar un problema donde todos
veían normalidad, así como su coraje para intentar cambiarlo, nunca he sido
activista. Cuando mi madre nació mi abuela no tenía derecho al voto, pero para
mí siempre fue normal que ella trabajara. En ese sentido, me considero una
privilegiada porque he usufructuado las conquistas de otros, si bien estoy
consciente del inmenso camino que nos queda como sociedades para alcanzar una
igualdad de hecho en muchos campos donde ya se ha alcanzado por derecho.
Ahora bien, en un terreno más subjetivo, no me
gusta la mimetización de géneros y creo que la igualdad de derechos no tiene
por qué significar la abolición de la diferencia. Sé que la separación entre el
terreno público y privado es una falacia y que culturalmente los roles
masculinos y femeninos se conforman a partir de los detalles más pequeños, pero
en el ámbito de las relaciones personales no me escandalizo por que haya algún
resabio de roles tradicionales, y disfruto si un caballero me ayuda a cargar
bultos pesados. En resumen, exijo la igualdad más básica, pero reivindico también
la imaginación y la libertad para inventar maneras nuevas y variadas de
relacionarnos entre todos.
Blanca Juárez (Ciudad de México), periodista, coordina el Taller Arteluz.
Blanca Juárez
—Sí, lo soy. Muchas mujeres de mi
generación (tengo 38 años) que tuvimos la oportunidad de estudiar somos
herederas del feminismo. Vivimos y disfrutamos algunos logros de ese movimiento
y, aunque falta mucho por hacer en cuestión de educación y empoderamiento (la
conciencia que vamos adquiriendo las mujeres para tomar el control de nuestra
vida, tener la capacidad de decidir y hacernos responsables de ello), considero
que en algunos sectores sociales se notan los avances. No soy activista pero,
desde mi trabajo, procuro difundir, apoyar y promover una cultura de respeto,
valoración y trato digno hacia las mujeres que viven en condiciones de
desigualdad. Para mí fue fundamental poder decidir si quería tener hijos o no.
Yo quise tenerlos pero elegí cuántos. Como consecuencia, he podido disfrutar mi
sexualidad, organizar mi tiempo para trabajar, estar con mis hijos y descansar,
algo que yo no recuerdo que mi madre pudiera hacer.
Norma Lazo (Ciudad
de México) es escritora y guionista, autora de El mecanismo del miedo (2010).
“Aunque no me denomine con ninguna
etiqueta, puedo decir que soy feminista porque gozo de los derechos
conquistados por las feministas y, también, porque considero importante que
existan flancos peleando por estos derechos que en muchos lugares de este país
y del mundo no existen”.
—Sí, aunque siempre he tenido problema con las
etiquetas, sobre todo cuando se trata de la defensa de derechos, porque no me
gusta sentir que me ciño a uno en particular. No sólo me importan los derechos
inalienables de la mujeres, sino también de los seres humanos (hombres, niños,
ancianos, homosexuales), de los animales, de la Tierra como ente biológico, el
derecho del migrante por buscar una mejor vida en otro país, el derecho al
pensamiento y las decisiones libres alejadas de estructuras hegemónicas ya sean
religiosas, políticas, ideológicas. Así, ¿soy feminista, humanista, ecologista,
animalista, pro-migrante, liberal y un largo etcétera? Prefiero no reducirme a
ninguna etiqueta. Aunque no me denomine con ninguna etiqueta, puedo decir que
soy feminista porque gozo de los derechos conquistados por las feministas y,
también, porque considero importante que existan flancos peleando por estos
derechos que en muchos lugares de este país y del mundo no existen. Debe seguirse
luchando por esos derechos, y por muchos otros, por aquellos que no pueden
exigirlos por sí mismos, pero también por quien quiera ejercerlos, porque a
veces los derechos que uno considera mínimos e inalienables, para otros están
alejados de sus creencias religiosas, culturales, ideológicas, y tratar de
imponer nuestras creencias, aunque sea con la mejor de las intenciones, reduce
el derecho del otro a ser totalmente otro.
Sandra Lorenzano (de Buenos Aires, vive en Ciudad de México), doctora en Letras, autora
de Vestigios (2010).
Sandra Lorenzano
—Sí. Soy feminista porque considero
que, aunque hemos avanzado mucho como sociedad en términos de equidad, aún hay
fuertes desigualdades entre hombre y mujeres, y considero que es mi compromiso
y mi obligación seguir luchando para que desaparezcan. Soy feminista porque
quiero que todas las mujeres puedan estudiar y desarrollarse. Soy feminista
porque quiero que puedan disponer y disfrutar de su cuerpo libremente sin
pensar o sentir que ningún hombre, ideología o institución, puede apropiarse de
él sin su consentimiento. Soy feminista porque estoy convencida de que las
mujeres y los hombres pueden reinventar juntos su identidad y su modo de
relacionarse. Soy feminista porque no deseo que nadie sea víctima de la
violencia o la discriminación sexista. Soy feminsta porque no quiero que ninguna
mujer viva con miedo dentro o fuera de su casa. Soy feminista porque hay
millones de niñas en nuestro país que nunca tendrán la oportunidad de salir de
la pobreza. Soy feminista porque los feminicidios cubren de sangre este México
nuestro. Soy feminista porque creo en las complicidades femeninas y la
“sororidad”. Soy feminista porque creo que sólo con la inclusión de las mujeres
y el respeto a sus derechos lograremos construir un mundo mejor. Soy feminista
porque sé que en todas las clases y sectores sociales hay mujeres poniendo su
energía y su creatividad para que la realidad sea cada vez mejor para todas.
Soy feminista porque me sorprenden y me enorgullecen las ideas de las más
jóvenes. Soy feminista por la lucha cotidiana de mi madre y de todas las madres
de este país. Soy feminista por los sueños de mi hija y de todas las hijas de
este país.
Carina Maguregui (Buenos Aires), bióloga y comunicadora, “en esencia una anfibia en
continuo proceso de remix”; autora de Escamas de este mundo gemelo.
Destino y voluntad en Kieslowski y Van Dormael (2010).
Carina Maguregui
—Leí algunas cosas sobre teoría
del feminismo, por supuesto; también oí hablar de feminismo muchas veces, pero
realmente no adscribo a nada que termine con ismo. De todas
maneras, sí puedo decir que me considero un ser sensible, atento a lo que
ocurre, un ser hospitalario en el sentido de recibir con genuina apertura las
distintas manifestaciones y modos de ser de las personas. Cada persona tiene,
entre muchas otras que la constituyen, una dimensión poética, una erótica y una
política. Las características de mi multidimensionalidad me llevan siempre a
pronunciarme, a actuar y a luchar cotidianamente desde los espacios en los que
participo por los derechos. Todos los derechos y los derechos de todos. Porque
necesito —ya que comparto la vida en sociedad— que todas las personas tengamos
los derechos que nos garanticen una vida digna en sus infinitos aspectos y que
esos derechos sean ejercitados y respetados en la diversidad. Somos personas
diversas, no iguales, lo que implica que la vida de ninguno de nosotros es más
valiosa que la del otro. Niños, mujeres y hombres somos diferentes y merecemos
que nuestros derechos tengan plena vigencia día a día en donde sea.
Mónica Maristáin (de Entre Ríos, Argentina, vive en Ciudad de México), periodista,
autora de Futbolistas, el club de los cien latinos (2006).
—No, para nada. Creo que hay que defender los
derechos de todos los seres humanos en posición de debilidad o de riesgo y no
comulgo con los colectivos. El feminismo radical, por otra parte, poco ha hecho
para propiciar un verdadero encuentro nutritivo entre los sexos. Por supuesto,
allí donde haya una mujer sometida o abusada, levantaré mi voz, pero en forma
individual, sin suscribirme a ninguna corriente de pensamiento más que mi
propio sentido moral.
La causa siempre se sitúa en un
complejo (psicosocial) relacionado con el ambiente machista (es decir, que
proclama la primacía del hombre) en que vivimos las mujeres que nos declaramos
feministas. ¿Para qué soy feminista? Para combatir la desigualdad por género en
un país donde lo femenino todavía tiene la marca de lo subordinado”.
Vianett Medina (Tijuana) dirige la maestría en Cultura escrita, es
investigadora académica y librera.
—Sí. Más que existir una causa, ser feminista tiene
que ver con la tarea porque el feminismo, en principio, es un activismo. La
causa siempre se sitúa en un complejo (psicosocial) relacionado con el ambiente
machista (es decir, que proclama la primacía del hombre) en que vivimos las
mujeres que nos declaramos feministas. ¿Para qué soy feminista? Para combatir
la desigualdad por género en un país donde lo femenino todavía tiene la marca
de lo subordinado.
Fernanda Melchor (Veracruz), periodista y
escritora, ganadora del ganadora del primer Virtuality Literario Caza de Letras
de la UNAM, 2007.
Fernanda Melchor
—No sé. No creo. Soy consciente
de la inequidad histórica del sexo femenino en materia de derechos
fundamentales y sí, también reconozco que, sin la participación activa de colectivos
formados en su mayoría por mujeres, ciertas conquistas (el voto, la
despenalización del aborto) no tendrían lugar en el mundo. Pero tampoco voy por
la vida blandiendo la bandera del feminismo exacerbado, especialmente ése que
busca el escándalo y la provocación. Trato de ver a la gente que me rodea más
allá de su sexo y género. No creo que las mujeres somos superiores a los
hombres ni tampoco creo lo opuesto: la experiencia me ha hecho comprobar que
ambos, hombres y mujeres, somos capaces de llevar a cabo tanto las más nobles
acciones como las más terribles injusticias. Así que no, no soy feminista.
Susana Moo (Galicia), escritora de literatura erótica, autora de Eva, su
manzana y el pecado (2010) y de Microrrelatos eróticos (2011).
—Depende. ¿Por qué? Si feminismo es prepotencia de
la mujer frente al hombre, no lo soy. Si feminismo es reivindicación de
igualdad de derechos para todos en la sociedad, cultura, trabajo, jodienda,
entonces sí lo soy. Además, en la literatura erótica resulta cachondísimo que
hombre y mujer sean compinches y cabalguen de la mano.
Mónica Nepote (de Guadalajara, vive en Ciudad de México),
escritora, directora de la revista Tierra Adentro.
No soy militante ni voy a marchas,
pero detesto las visiones machistas o la objetualización de la mujer por ser
“hembra”, me parece una visión muy limitada, por decirlo en términos amables.
Creo que la convivencia humana en sí exige inteligencia y respeto, tolerancia,
y quizá más bien tengo una reacción cuando no se dan las condiciones por diversas
causas: discriminación racial, sexual, social”.
—No soy militante ni voy a marchas, pero detesto
las visiones machistas o la objetualización de la mujer por ser “hembra”, me
parece una visión muy limitada, por decirlo en términos amables. Creo que la
convivencia humana en sí exige inteligencia y respeto, tolerancia, y quizá más
bien tengo una reacción cuando no se dan las condiciones por diversas causas:
discriminación racial, sexual, social. Tengo una hija de once años a la que he
educado de una manera distinta en un contexto distinto a lo que me tocó a mí.
Si eso es ser feminista pues entonces sí lo soy, aunque no llevo banda oficial.
Gabriela Onetto (Montevideo), coordinadora de talleres de motivación literaria y
licenciada en Filosofía.
Gabriela Onetto
—Para contestar “sí” o “no”
habría que definir el alcance del término “feminista”. Por definición, no
secundo ninguna palabra terminada en “ista” porque no me gusta verme atada a
doctrina alguna. Si hablamos de “feminista” como se entiende corrientemente,
diría que, lejos de serlo, abogaría porque las mujeres contemporáneas
lleváramos adelante una demanda judicial contra las feministas históricas por
daños y perjuicios: habernos añadido más carga a las mujeres, la laboral y
económica, sin que en la práctica hayamos sido relevadas de las domésticas,
familiares y todos los roles tradicionales que ya caían sobre nosotras. ¡Bonita
independencia nos legaron, con cero tiempo libre y mucha más responsabilidad!
Ahora, si “feminista” se refiere a tener una mirada atenta sobre los problemas de
género, en particular los del género femenino (sobre todo en sus aspectos
ideológicos, que más allá de lo obvio —religión, desigualdades sociales, manejo
mediático— incluso dan forma a importantes teorías del conocimiento, como el
psicoanálisis o los arquetipos junguianos, por nombrar algunas), en ese caso
sí, acompaño. Porque no se trata de un partido de futbol de hombres contra
mujeres, en el que yo pueda “irle” a las mujeres porque “somos” mejores que los
hombres o tenemos la razón: por eso rechazo las acepciones más “combativas” del
término. El sesgo que me interesa incluye a los hombres, no
los expulsa como “lo otro” (o intenta no hacerlo, todo depende de cada
individuo y sus reacciones): de lo que se trata es de señalar los
supuestos que nos constriñen desde roles sexuales, expectativas
sociales, moldes opresivos y que apuntan a lo homogéneo, a lo que se reproduce
en cadena y no manifiesta su naturaleza más individual. Eso nos ocurre a los
dos sexos; en el caso de las mujeres, creo que el asunto es más grave porque a
la vez existe una desvalorización de la “cultura femenina”, de los modos
naturales que tenemos de interactuar, de priorizar los procesos antes que los
resultados (desvalorización que muchas veces contamina incluso a la propia
persona y su valía, su sentido de capacidad). Porque en general, la mujer que
“triunfa” en el mundo (más allá de los confines privados de su ámbito familiar)
lo hace según los términos masculinos y adoptando la mirada oficial; así,
perdemos todos, hombres y mujeres, pues la visión humana se empobrece. Por eso,
puedo reconocerme “feminista” en el sentido de mirar lo femenino como
un territorio existente por derecho propio, que necesita ser reconocido y
conocido por las propias mujeres pero también por los hombres. Como en los
lejanísimos tiempos matriarcales en que, lejos de conformar núcleos de
amazonas, la sociedad entera participaba de esa manera de ver y sentir el
universo.
Kenia Ortiz (Guadalajara), profesora universitaria y estudiante de un
doctorado en Ciencias Sociales.
Kenia Ortiz
—Crecí en el seno de una familia
muy religiosa, donde por años escuché que según las sagradas escrituras el
varón es la cabeza de la familia, y después de experimentar la expulsión de la
congregación religiosa por cuestionar estos y otros principios, encontré en el
feminismo una vía de escape. Recuerdo lo libre y feliz que me sentí al
leer El segundo sexo,de Simone de Beauvoir, y durante años
participé en algunos grupos feministas con chicas de mi edad que compartíamos
la militancia en el Partido de la Revolución Democrática (PRD). Todo esto me
llevó a un redescubrimiento de mi cuerpo, mi sexualidad y mi forma de ver la
vida. Pasados algunos años de convivir con feministas, mi visión sobre el
movimiento se transformó, descubrí que muchas de estas mujeres defendían los
principios del feminismo de forma dogmática; el fanatismo y la intolerancia se
imponían muchas veces ante el diálogo y la reflexión, cosa que de igual forma
ocurría en el PRD. Yo no fui ajena a esta práctica, en cierta medida porque
arrastraba aún vestigios de mi educación religiosa. Con el tiempo esto empezó a
incomodarme y sin premeditarlo comencé a alejarme poco a poco de esos grupos
feministas y del partido. A la fecha, cuando me preguntan si soy feminista me
encuentro en una encrucijada, no me identifico con la intransigencia de algunos
de estos movimientos, aunque sí defiendo las aportaciones que el discurso
feminista ha traído consigo, por ejemplo, en el campo de la sexualidad femenina
(también hay que darle su reconocimiento a Michel Foucault y otros pensadores
que no se inscriben necesariamente en los estudios feministas). El feminismo
logró contrarrestar el discurso hegemónico de la Iglesia sombre el control del
cuerpo y por ende del poder femenino. En resumen, no renuncio a los principios
centrales del feminismo, pero no comparto las prácticas de muchos de estos
movimientos.
Elvira Reyes (Ciudad de México), psicóloga, activista, autora de Gritos
en el silencio: mujeres y niñas frente a redes de prostitución. Un revés para
los derechos humanos (2007).
“Me declaro feminista porque aprendí
a defender mis derechos apenas salida de la infancia, y ahora como mujer
adulta. Desde edad temprana me di cuenta de que estaba atravesada por discursos
que esclavizaban a las mujeres; de que las ideas y las acciones de los hombres
estaban destinadas a dividirnos y a violentarnos en todas las formas posibles,
abierta o encubiertamente”.
—Me declaro feminista porque aprendí a defender mis
derechos apenas salida de la infancia, y ahora como mujer adulta. Desde edad
temprana me di cuenta de que estaba atravesada por discursos que esclavizaban a
las mujeres; de que las ideas y las acciones de los hombres estaban destinadas
a dividirnos y a violentarnos en todas las formas posibles, abierta o
encubiertamente. He de admitir que en los primeros años de mi infancia caí en
la trampa, pero alrededor de los doce, por un hecho brutal de parte de mi padre,
me di cuenta del engaño; desde entonces aprendí a ser más observadora, a
escuchar de otra manera: a solidarizarme con las demás mujeres, a declarar
otras verdades haciendo a un lado las que provenían de discursos patriarcales;
luego empecé a preocuparme por la violencia de que son objeto otras mujeres
tanto en el espacio público como en el privado y adquirí el compromiso conmigo
misma de hacer todo lo que estuviese a mi alcance por prevenir y, en su caso,
defender los derechos de toda mujer víctima de maltrato por sustratos de una
cultura sexista y opresora.
Vanesa Robles (Guadalajara), periodista.
“Soy feminista en la práctica, no en
la teoría. Por fortuna, mi compañero de vida es machista a veces, nomás en la
teoría. Compartimos el cuidado de los hijos, el quehacer de la casa, la vida
nocturna por separado. Incluso así reniego algunas veces: no sé si por
feminista o por la costumbre de cuestionar”.
—Nunca he leído tratados feministas, pero en la
práctica coincido con algunas ideas que enarbolan las feministas. Como muchas
mujeres, me crié en un hogar que privilegiaba al hombre, auque en casa había
más mujeres que hombres: mis dos hermanas y mi madre. Mi madre torteaba porque
a mi padre no le gustaban las tortillas de máquina. En la comida, guardábamos la
pieza más grande a mi papá, a quien también teníamos que servirle la mesa y
lavarle la ropa a mano. También tuve una educación sexual muy tradicional.
Desde niña fui rezongona, y en la adolescencia comencé a cuestionar más estas
prácticas. Mi “ventaja” fue que cuando yo tenía ocho años mi mamá quedó
cuadrapléjica, y durante muchos años sus hijas la educamos. Ahora mi papá se
hace de comer y es más solidario que en su juventud. A mí me quedó la maña de
cuestionar las prácticas que favorecen al hombre, las cuales me parecen
injustas. Por ejemplo, el quehacer doméstico, para el cual soy muy huevona; la
libertad sexual; la maternidad, pues me han despedido por estar embarazada; el
cuidado de los hijos, que no debe ser una ayuda sino una acción compartida; los
asesinatos de mujeres, que suman por sus parejas, que suman más que los de
hombres por sus parejas… No es fácil. Todavía me parece que a los hombres
(igual que a algunas mujeres) les parece que los admiren, y decir lo que
pienso, que no siempre es positivo, ha sido uno de los motivos para separarme
de mi pareja. Intento ser congruente y no criticar a las mujeres por el hecho
de ser guapas, inteligentes, liberales y no aprovecharme de nadie, hombres o
mujeres. Pero no lo puedo negar: algunas veces admiro a las mujeres que,
gracias a su educación machista, viven con más satisfactores materiales. Soy
feminista en la práctica, no en la teoría. Por fortuna, mi compañero de vida es
machista a veces, nomás en la teoría. Compartimos el cuidado de los hijos, el
quehacer de la casa, la vida nocturna por separado. Incluso así reniego algunas
veces: no sé si por feminista o por la costumbre de cuestionar.
Tania Tagle (Ciudad de México), licenciada en Lengua y Literatura.
Tania Tagle
—No. Considero peligroso cualquier radicalismo
—digan lo que digan las feministas “buena onda”, para mí el feminismo actual
sigue siendo igual o más o radical que el de mediados del siglo pasado—, así
como considero peligrosa cualquier ideología que vea a la otredad como un
enemigo. Los hombres no son mis enemigos y los problemas que enfrentamos como
sociedad son mucho más complejos y no pueden explicarse atendiendo nada más al
género. Admiro a las feministas de antaño porque se impusieron y lucharon
contra paradigmas que era necesario romper, y las hubiera apoyado aun creyendo
que se equivocaban, porque su esquema de pensamiento siguió siendo
falocéntrico, no lograron pensarse desde afuera del falocentrismo sino en
contra del falocentrismo… Sin embargo, mucho cuidado una vez que un movimiento
social halla cobijo en las instituciones, como lo ha hecho el feminismo en la
actualidad; a las feministas actuales no tengo gran cosa que admirarles.
Magali Tercero (Ciudad de México), periodista, autora de Cuando llegaron
los bárbaros… Vida cotidiana y narcotráfico (2011).
Mi madre fue una de las tres primeras
alumnas de la Facultad de Filosofía y Letras, de manera que para mí es natural
la equidad. Tal vez por eso no sentí la necesidad de convertirme en una
feminista activa. Debo decir que adoro las diferencias entre hombres y mujeres.
Hombres y mujeres somos sumamente interesantes”.
—No exactamente. Aunque toda la vida he defendido
la igualdad de derechos para ambos sexos, no soy activista. Sólo he participado
en una marcha feminista, a favor del aborto cuando tenía veinte años. Entonces trabajaba
en una revista femenina y gracias a Beatriz Martí, hija de una feminista
reconocida —Esperanza Brito de Martí, fallecida en 2007—, escribí mis únicos
textos declaradamente feministas. Fue una época interesante, formativa en
relación con el tema, pero mi vocación siempre fue escribir libremente. Mi
madre fue una de las tres primeras alumnas de la Facultad de Filosofía y
Letras, de manera que para mí es natural la equidad. Tal vez por eso no sentí
la necesidad de convertirme en una feminista activa. Debo decir que adoro las
diferencias entre hombres y mujeres. Hombres y mujeres somos sumamente
interesantes.
Paola Tinoco (Ciudad de México), escritora y representante de Editorial
Anagrama en México.
Paola Tinoco
—Nunca me adherí al movimiento feminista ni he
participado en sus iniciativas. Respeto la teoría feminista y alabo su
preocupación por la igualdad, pero detesto el comportamiento extremista al que
pueden llegar y que las convierte en algo semejante a los machistas. Creo que
se puede luchar por los derechos de las mujeres desde diversas trincheras y no
necesariamente tratar de demostrar que las mujeres son mejores y los hombres
unos animales —eso es lo que he escuchado y hasta leído en algunas novelas feministas (Amora es
una de ellas). No comparto esa opinión y prefiero no ser parte de ello.
Deyanira Torres (Tijuana), psicoanalista.
Deyanira Torres
—Dicen que es un pleonasmo ser
mujer y ser feminista, estoy de acuerdo completamente. Soy feminista por una
simple razón, porque soy mujer, y aunque creo en la diferencia como parte
esencial de la condición humana, también creo en la igualdad de oportunidades y
todavía estamos muy lejos de eso. Si ser feminista es estar a favor de los
derechos de las mujeres, soy feminista. Si ser feminista es creer que las
mujeres pueden ser tan listas, creativas y capaces como los hombres, entonces
soy feminista, si ser feminista es creer que los hombres no son superiores a
las mujeres, soy feminista. Si yo fuera hombre, estoy casi segura de que
sería drag queen.
Maya Viesca (Guadalajara), académica y gestora cultural en el Instituto
Tecnológico y de Estudios Sociales de Ocidente (ITESO).
Maya Viesca
—¿Feminista? Es un concepto que
no termino de asir con naturalidad. Ante los muy conservadores seguramente
puedo parecerlo, pero no me siento cómoda con la imagen del feminismo que tengo
en mi cabeza, ésa en la que las mujeres luchan por la igualdad y en la que hay
un dejo de revanchismo y un halo de competencia. Creo que es verdad la máxima
que reza “no hay mayor injusticia que la igualdad”, y que hombres y mujeres
somos diferentes, jugamos roles diferentes y tenemos necesidades diferentes; eso
sí, en todos los casos somos equivalentes. En la actualidad hay mucho que hacer
para aprender a ser hombres y mujeres nuevamente y sentirnos a gusto como
tales. Socialmente, hay que reconstruir fórmulas que nos permitan movernos de
manera más cómoda sin tener que estar adivinando o construyendo los diferentes
roles a cada momento. Como mamá trabajadora he pensado mucho en cómo las
prácticas laborales están edificadas sobre principios masculinos y lo difícil
que resulta combinar ambos roles. Me parece que ni el mejor sistema de
seguridad social ha logrado que atiendas a tus hijos con calidad y cantidad de
tiempo y que al mismo tiempo te mantengas con un ritmo competitivo de
desarrollo y capacidad laboral. Si te dedicas a cuidar a tus hijos de tiempo
completo los tres primeros años de su desarrollo, que es lo óptimo recomendado
por especialistas, quién te quita el retraso que esto ocasiona en tus
habilidades laborales y profesionales de cara a un mundo que avanza a mil por
hora. Por el contrario, los infames cuarenta días de licencia laboral otorgados
no alcanzan ni para acabar de recuperarte físicamente de la gestación y el
parto, mucho menos para atender las recomendaciones de atención y formación del
vínculo afectivo con los hijos. Uno queda mal por todos lados. Este ejemplo
(muy fresco en mi experiencia reciente) me sirve para decir que no me siento
feminista del todo, que hay ámbitos que están más claramente dibujados en torno
a la masculinidad y otros a la feminidad, y que éstos tienen que estar en constante
evolución para irse adaptando a las necesidades presentes. Así como me gustaría
ver que el ámbito laboral se feminizara, en términos generales, algunos otros
tendrían que masculinizarse; hay que ver los líos que tiene mi esposo para
cambiar un pañal en un espacio público, pues ningún baño de hombres tiene
cambiador de bebés.
María Fernanda Wray (Quito, vive en Ciudad de México),
comunicóloga, coordinadora editorial, diseñadora de contenidos y escritora.
Fernanda Wray
—Nunca me
he puesto a pensar si soy feminista. Si tomo el sentido estricto del término,
no, porque ser feminista significa hacer activismo por las causas feministas.
Yo creo y he luchado todos los días —a mi modo, en la vida cotidiana, en mi
relación de pareja y con mi hijo y mis amigos— por la igualdad de géneros y por
la reivindicación de las mujeres (el derecho a decidir sobre su cuerpo, el
lenguaje no sexista, la no violencia), aunque nunca he tomado ninguno de estos
ideales como bandera personal. Tampoco creo que los hombres sean los culpables
de todo, como sí he visto que creen muchas feministas, especialmente las de la
vieja guardia. Para mí lo más importante (y no sé si esto quiera decir si soy
feminista) es que mi hijo de siete años se forme en un ambiente no machista y
de respeto a las mujeres. Creo que ésa es la única manera de que las nuevas
generaciones empiecen a practicar relaciones más sanas y equitativas en el
futuro. Más allá de eso, me encanta ser mujer, lo celebro todos los días. No me
gusta tener una actitud “sufridora” o de mártir en torno a mi condición de
mujer. ®